viernes, 5 de diciembre de 2014



Los Inka que no mueren:
Hijos eternos del padre Sol



Por Inin Niwe
&
Chono Bensho



            Cuentan que en la antigüedad, los sabios Inka y los shipibos vivían muy cerca los unos de los otros. Y estos Inka transmitieron sus conocimientos y su fuerza espiritual a nuestros antepasados. Así aprendimos a vivir como seres humanos legítimos (joni kon). Y gracias al conocimiento que ellos nos trasmitieron, surgieron entre nosotros maestros espirituales de gran poder y conocimiento (Meraya), que sanaban enfermedades y luchaban contra la brujería y la maldad. Los Inka buenos les enseñaron a no ser mezquinos (yoashi), sino a compartir estos conocimientos con los hombres y mujeres humildes. ¿Quiénes fueron estos Inka de los que siempre nos contaban nuestros abuelos? ¿Fueron solos los reyes de un imperio que duró 300 o 400 años, como dicen los historiadores y los intelectuales wiracochas? Nosotros creemos que no es así, sino que eso dicen para desmerecer a nuestros antiguos y sabios gobernantes. O por que no los entienden. Los intelectuales ven todo según su propio punto de vista, limitado por la arrogancia de su ciencia. Y consideran que nuestras historias son cuentos infantiles.
Para nosotros, los Inkas son hijos del Padre Sol (Papa Bari), enviados a la tierra en tiempos muy antiguos para enseñar a los hombres y mujeres a vivir de manera legítima, siguiendo los principios luminosos que su Padre les transmitió por orden de Dios (Nete Ibo). Los gobernantes del Cuzco antiguo tomaron el nombre de Inka, que quiere decir señor de sabiduría luminosa, hijo del sol, y lo pusieron a sus gobernantes y a las familias sagradas, que en quechua se llaman panakakuna. Esos gobernantes fueron los que los españoles encontraron y derrotaron. Esos son los Inka históricos, de los que hablan los profesores en la escuela. Estos reyes Inka eran llamados waqchaqkuyaq, que en quechua quiere decir amante de los pobres, pues gobernaban con justicia y compasión, beneficiando sobre todo a los huérfanos, a las viudas, a los viejos, a los enfermos y a los desamparados. Enseñaban a los pueblos a ser laboriosos y vivir en paz. Esto lo hacían siguiendo el ejemplo de los Inka primeros, cuyo líder fue Manko Kapaq, quien fue enviado a la tierra en un tiempo indescifrable, cuando el mundo estaba formándose, para dar a conocer los principios vitales que debían practicar los humanos.
Cuando nuestros abuelos nos hablaban de los Inka, entonces, no nos contaban solo de los últimos gobernantes del Cuzco, sino que también lo hacían de los primeros sabios enviados a la tierra. Ellos son eternos y los conocemos como Inka que no mueren, que en shipibo se dice Inka keyoyosma. Estos Inka son los Dueños (Ibo) del gran mundo (ani nete), del mundo hermoso (metsa nete), del mundo perfumado (inin nete) del que viene la fuerza de nuestras plantas y la sabiduría que emana de nuestro territorio y de todas las geografías del antiguo Tawantinsuyo. El conocimiento de esos Inka es el tesoro invalorable del pueblo indígena, sabiduría que puede sanar la enfermedad de nuestro mundo. A pesar de la derrota de los antiguos y del avance de los extranjeros, esos Inka y sus pueblos de hombres y mujeres iniciados, persisten vivos. Ellos existen en una dimensión paralela a la nuestra, y son aún guardianes y rectores de nuestro pueblo, irradiando su sabiduría sobre quienes logren purificar sus corazones, aclarar su mente y elevar su espíritu (kaya keyatay) hasta las altas vibraciones medicinales. 
                Nuestros ancestros contaban que antes de la llegada de los Inka, los shipibos no sabíamos hacer nada. Y vivíamos en miseria y orfandad. No conocíamos el fuego, y por eso solo comíamos cosas crudas, como los animales de monte. No sabíamos hacer chacras. No conocíamos muchas de las plantas comestibles, como el dale-dale, la sachapapa, el camote, el maní, la yuca y el maíz. Los antiguos shipibos tampoco tenían canoas para navegar los ríos y los lagos; así que no podían visitarse unos a otros, como deben hacer los parientes. Nada entendíamos sobre las buenas maneras de convivir los unos con los otros, con respeto y colaboración mutua. Y, sobre todo, no teníamos los conocimientos de la medicina; por eso éramos débiles y cualquier pueblo de caníbales podía derrotarnos y alimentarse de nosotros. Fue gracias a las enseñanzas de los Inka que fuimos rescatados de nuestro sufrimiento.
 Más allá de lo que hayan podido comprobar los arqueólogos y los historiadores, nosotros sabemos que desde muy antiguo los Inka y los shipibos tenían relaciones. El Padre Sol mandó a sus hijos Inka a estas tierras para que vivamos según sus leyes y no sujetos a las tinieblas de la ignorancia y los deseos desordenados. Y los antiguos shipibos muy contentos recibieron a los Inka como legítimos hijos del Sol, sabiendo que sus enseñanzas eran provechosas y nos daban libertad. Cuando llegaron los Inka, los shipibos hicieron una gran fiesta tradicional (ani sheati). Para darles la bienvenida, los antiguos bailaron todos de la mano, cantando canciones (masha) que los Inka no conocían, vestidos con trajes que ellos jamás habían visto; y los Inka regalaron a los shipibos vestimentas y adornos que nuestros ancestros desconocían. Y así nos hicimos amigos y aprendimos de ellos grandes cosas, que nos llevaron a ser un pueblo digno, obediente de las leyes, trabajador y de gran conocimiento.    
                Como bien sabemos, el río era la carretera de los antiguos. Y no solo las personas navegaban por las aguas, sino que también viajaban sus costumbres, sus pensamientos, sus conocimientos y sus espíritus. Por el río Ucayali llegaban a nuestros antiguos los conocimientos Inka. Y es que bajando de la ciudad de Cuzco (ciudad sagrada con forma de Puma), se halla el valle del río Urubamba; en su trayecto descendente el río pasa a llamarse Wilkanota. Wilka quiere decir sagrado en quechua, y como tal tenían los antiguos Inka a ese río, que es uno de los principales afluentes del Ucayali, cuyas aguas dan vida y sostienen al pueblo shipibo-konibo. Siguiendo el curso de las aguas, de desplazaban también los grandes pensamientos (ani shina) de los Inka, que daban fuerza y sabiduría a los antiguos, convirtiéndonos en un pueblo de médicos sagrados. Pues los iniciados de pocas naciones en el mundo alcanzaron la alta vibración espiritual de los antiguos Meraya. Y aún hay algunos médicos actuales de nuestro pueblo (Onaya) que reciben esa sabiduría y fuerza. Los médicos que se preparan siguiendo las costumbres de los antiguos heredan el poder que fue transmitido a nuestros antepasados.  
Nosotros sabemos que después de la conquista y de las últimas guerras de resistencia, los Inka que no quisieron rendirse buscaron refugio. Viendo los sabios Inka la codicia que mostraban los extranjeros por el oro, como si tuvieran hambre de él y quisieran tragarlo, la mayor parte de los tesoros fueron escondidos. Algunos los depositaron en los lagos de las alturas andinas. Pero la mayoría los trajeron a la selva, que debido al calor y a la frondosidad del bosque, resultaba aterradora e inexpugnable para los extranjeros. Y no solo trajeron sus tesoros materiales, sino también su riqueza espiritual. Pues el verdadero oro de los antiguos Inka fue su gran conocimiento. En este mundo, todos sabemos que el oro brilla más que la plata; así mismo, el resplandor del conocimiento divino es más duradero y puro que el de las riquezas materiales, que corrompen y se pudren. 
La persona con conocimiento espiritual puede conocer el futuro, pues para el espíritu no existen las limitaciones del tiempo. Los sabios y videntes antiguos tenían sus métodos para consultar sobre los sucesos venideros y obtener un oráculo. Hacía mucho habían visto en sus sueños y visiones la llegada de los ejércitos conquistadores, con sus vestiduras de metal, sus balas que quemaban como el ají y tronaban como el rayo, y sus caballos y perros. Aunque había algunos militares y gobernantes que se negaban a creerlo, muchos de los médicos antiguos sabían que la caída del Tawantinsuyo era inevitable. Por eso, ya antes del enfrentamiento entre los hermanos Inka Waskar y Ataw Wallpa Inka, antes de la llegada de los barcos de Francisco Pizarro, se habían refugiado en la selva (que era conocida como Antisuyo en lengua quechua) algunos de los antiguos sabios y médicos de las otras regiones del Tawantinsuyo. Se hundieron en el verdor vertical siguiendo el lugar por donde sale el Padre Sol todas las mañanas. Sabían que la espesura de nuestro bosque los protegería y así podrían preservar sus conocimientos para las generaciones futuras, a la espera de tiempos más propicios.
Cuando el Inka Ataw Wallpa fue asesinado, y luego también cayeron las tropas de Manko Inka que resistían en Wilkapampa, los curas extirpadores empezaron a perseguir a los sabios. Pues los curas traían la Santa Biblia junto con los arcabuces y espadas. Los llamaban endemoniados, hijos del diablo, sacerdotes de Satanás. Y más y más de estos sabios fueron llegando a nuestra tierra roja, que en lengua quechua se llama Puka Allpa y en shipibo se dice Mai Joshin. Y todos los que llegaban lo hacían trayendo sus riquezas y su ciencia. Y, aunque muchos no lo crean, hasta hoy siguen viviendo sus espíritus en lugares secretos de la selva, custodiando sus tesoros e impartiendo sus conocimientos a los que dietan las plantas adecuadas.
Ellos se esconden para que nadie pueda encontrarlos. Cuando las personas pasan por su territorio, se convierten en piedra, y así nadie puede verlos, ni intuir siquiera que están vivos. Han construido templos subterráneos. Algunos son muy profundos, llegando a hundirse cinco pisos bajo tierra. O incluso más. Hay escaleras para bajar y por dentro tienen paredes de piedra finamente talladas, como las de los muros antiguos que hasta ahora pueden verse en Cuzco y Machu Pichu. En esos templos los Inka cuidan su oro; pero es un oro mucho más fino que el que se extrae hoy en día de las minas y de los ríos. Brilla con una intensidad enceguecedora.
Los espíritus Chaykonibo y los Inka tienen relaciones fluidas; siempre se visitan y se intercambian conocimientos. Los Inka regalan a los Chaykonibo collares y otros adornos (que, por supuesto, no son meros adornos, sino símbolos e instrumentos de poder espiritual). Y también los dietadores que logran la maestría medicinal son recibidos por ellos con todo honor y amistad, y les regalan piezas de oro. Ellos nos reciben porque somos indígenas y hemos tenido una relación con los Inka desde antiguo. Es así como estos Inka aun cumplen con la misión que el Padre Sol les encomendará desde el principio, transmitiendo a los médicos Onaya los conocimientos necesarios para curar enfermedades, combatir las fuerzas negativas y vivir bien, protegiendo y alimentado a sus familias. Gracias a ese poder espiritual el pueblo shipibo no ha desaparecido; aunque hemos sido arrinconados, reducidos, y sufrimos la expansión de la sociedad mestiza, seguimos siendo, hablando nuestra lengua y viviendo con nuestros parientes. Y cada vez son más las personas de otras regiones y países que buscan salud y respuestas en nuestra medicina. Los médicos shipibos debemos enseñarles a respetar nuestras plantas y la vida misma.
Pero no a cualquier shipibo de nuestros días van a darle la bienvenida, porque los Inka saben que ahora también hay shipibos mezquinos, burlones, irrespetuosos, corrompidos y codiciosos. Y saben que incluso hay algunos shipibos que no creen en ellos. La sociedad mestiza no deja de expandirse; sus ciudades crecen y crecen, afectando a nuestro pueblo en todos los niveles. Debido a la influencia de los misioneros, da desde tiempo de nuestros abuelos habían shipibos que despreciaban nuestra herencia medicinal y solo querían saber las cosas de los blancos. Por eso, a nuestro abuelo Ranin Bima, que era el médico más sabio de su tiempo, sus paisanos le temían y le decían brujo, aunque iban a él para curarse. Los Inka conocen que muchos de los que en la actualidad se hacen llamar médicos o maestros, son en verdad personas de poco conocimiento, con mucha negatividad y sin la correcta preparación, que dan de tomar ayawaska solo por negocio, sin saber curar con la fuerza de los cantos medicinales. Los Inka, como tienen habilidades y conocimientos extraordinarios, con solo ver a una persona saben cuáles son sus pensamientos, cómo es su corazón, qué intenciones tiene. A estos Inka no podemos engañarlos con bellas palabras ni falsas místicas. Ellos saben lo que cada quien guarda en la intimidad de su corazón.
Para llegar a los templos subterráneos de los Inka hay que tener poder, nuestro espíritu debe ser capaz de desplazarse con libertad y, sobretodo, es necesario un corazón puro. Las pruebas que han de pasarse son muchas y no son pocos los peligros del camino. Y hay que haber rechazado la maldad del mundo y los conocimientos del egoísmo. Pero al superar esas pruebas, se recibirán grandes beneficios. Quien llega a visitar un templo Inka, nunca se irá con las manos vacías, pues ellos practican la costumbre antigua de atender con esmero a sus huéspedes y despedirlos con algún regalo. Nadie llega a esos templos buscando algo para su provecho egoísta, porque los Inka no aceptan a los codiciosos; pero les gusta ayudar a personas humildes que, a pesar de no tener mucho dinero ni signo de riqueza externa, se sienten satisfechos con lo que tienen y no experimentan urgente necesidad de nada más. Por el contrario, saben compartir lo suyo y dar siempre una ayuda a los más necesitados. Una persona legítima comparte lo que tiene. Y por ello son dignos de ser recibidos por los Inka.
Nuestros ancestros seguían las leyes Inka; practicaban la templanza y la tranquilidad, la laboriosidad y la honestidad, la solidaridad y la prudencia. Así era, por ejemplo, nuestra madre Isa Biri. Ella siempre tenía un plato de comida y un vaso de masato para acercar a los visitantes. Limpiaba su casa y tenía todo ordenado. Todo el día le gustaba estar cultivando la tierra y se iba a acostar temprano, para despertar de madrugada y recibir al día trabajando. No conocía lo que era el chisme y hablar mal de los demás. A nosotros nos aconsejaba que vivamos bien, pensando en Dios y alejándonos de los vicios, sin buscar problemas y haciendo el bien a los demás. Nosotros guardamos sus palabras y ellas nos orientan en la vida. El tesoro de una persona que piensa de manera correcta (jakon shinaya joni) es saber que lo más importante es vivir bien con la familia y amarse los unos a los otros sin hacerse problemas, alegrar a Dios con nuestras acciones y tener paz interior. Cuando una persona escucha el consejo de los Inka, sabe cómo educar a sus hijos y saca su familia adelante.  
Cuando llegamos en espíritu a los templos Inka, vemos maravillas que cuestan creer y son difíciles de explicar. El lenguaje humano no basta para dar cuenta de las bellezas que llegamos a contemplar. Ellos nos muestran cómo se convierten en piedras para que no ser agredidos o amenazados por los corazones impuros de los conquistadores de nuestros días, gente improvisada e irrespetuosa que quiere apropiarse de nuestra herencia medicinal. Y podemos hablar con los Inka, y conversando con ellos nos transmitan sus grandes conocimientos.  Los Inka hablan en una lengua que no es quechua; al menos, no es el quechua que hablan ahora en la sierra. Si una persona que conoce el shipibo se concentra bien, puede entenderlos; pero no los comprenderá si anda pensando en otra cosa, sino que tiene que estar bien concentrado. En su mundo, los Inka tienen sus grandes casas de piedra y sus palacios, algunos cubiertos con oro. Ahí podemos verlos sentados, siempre tranquilos y bondadosos, con sus coronas reales, con sus grandes aretes en forma del sol, con sus brazaletes de oro, con sus varas doradas.  
Hay templos en los que solo encontramos a las doncellas elegidas para adorar a la luz con la que Dios dotó de vida al Padre Sol. La madre principal de esas mujeres es Mama Oqllo, hija del sol brotada de las espumas del lago Titikaka; esposa y hermana de Manko Kapaq, ella recibió la orden de su padre el Sol de enseñar a las mujeres las virtudes y labores femeninas. En el antiguo Tawantinsuyo, estos templos recibían el nombre quechua de Aqlla Wasi, que quiere decir casa de las escogidas. Se trata de mujeres vírgenes, de sangre Inka, dedicada al culto solar. Todas ellas son consideradas esposas del Sol. Como tal, son tenidas por mujeres sagradas. Si humano alguno tratara de tener relaciones sexuales con ellas, moriría; e incluso su descendencia quedaría maldita. Pero no conocemos de nadie que haya tratado de ultrajar y manchar a estas mujeres, puesto que a esos templos solo llegan personas que ya han mejorado su vida y alineado sus pensamientos con los principios solares. Y es que ese mundo Inka no está sujeto a la tiranía desordenada del deseo, como entre los humanos; viven respetando a todo ser y practicando el buen vivir.
Los médicos que llegan a ser recibidos en esos templos pueden bañarse en unas fuentes que hay en ellos y ser agasajados por esas mujeres espirituales, pero no osarán ir más allá. Con sus aguas perfumadas y con grandes plumas blancas, las mujeres escogidas limpian el cuerpo, el pensamiento y el espíritu de los iniciados que han transformado su vida y dejado atrás sus transgresiones y rebeldías. La persona es así purificada de todas las manchas que en ella quedaban a causa del pecado de su vida perdida. Hasta sus ojos, su boca y sus genitales tienen que ser limpiados, para así convertirse en una persona medicinal. La totalidad de su ser es medicina. Cuando llega a esos templos una persona que ya se ha purificado y vive tratando de cumplir con las leyes solares, solo se le lavan los pies, las manos y el rostro, para limpiar las impurezas inevitables de la vida en la tierra. En esos mundos hay unos ojos de agua, que en quechua se llaman pukio, que son como espejos; quien llega bañarse en ellos, obtiene mucha sabiduría, y sale transformado en un Inka, con la vestimenta propia de estos sabios. Y, aunque su apariencia exterior siga siendo austera y humilde, en el mundo espiritual es un Inka Rey; sus cantos medicinales tendrán la fuerza y el conocimiento de los Inka. Esta fuerza será puesta en beneficio de los pacientes que con ánimo de enmienda y sincero corazón busquen la salud integra de su ser. 
El principal oficio de estas mujeres sagradas, además de purificar a los iniciados, es hilar y tejer ropa muy fina y de gran poder. Estas prendas, consagradas al Sol, son en algunos casos donadas a los médicos de más alta vibración espiritual. Darlas a una persona que no tuviese el pensamiento poderoso y una pureza de corazón semejante a la de los Inka, sería un sacrilegio; por eso, algo así jamás sucederá. Y como esos trajes no pueden adquirirse con dinero, solo se consiguen viviendo en integridad y aprendiendo de las plantas. Muchos pueden decir que han visitado estos templos, recibido regalos, y que son legítimos herederos de los Inka, pero esto no es verdad; podemos asegurar que solo pocos han gozado de este privilegio, y que cada vez son menos. Los sacrificios voluntarios y esfuerzos conscientes que hay que pasar para llegar a esa alta consagración son muchos y demandan una vocación inquebrantable y valor. El aprendiz que desea llegar a estas alturas afortunadas del espíritu, debe seguir los caminos iniciáticos legados por los antiguos y recibir la guía de un maestro bien preparado.
Se equivocan los que dicen que los Inka creían que el Sol era Dios. Los Inka saben que el Sol está vivo (como todo lo que vemos en este mundo y en los otros, que tiene vida, lenguaje e inteligencia, solo que de una manera distinta a la nuestra; hay que oír y mirar con el corazón y el espíritu para darse cuenta). Y, como nosotros los shipibos, llaman Padre al Sol porque gracias a su luz y a su calor prospera la vida sobre la tierra. Por eso también dicen que la tierra es una madre (tita en shipibo), porque ella nos da con generosidad todo lo que necesitamos para vivir y alimenta al resto de seres vivos también. Las llamadas Pacha Mama son mujeres Inka que viven bajo la tierra insuflando su aliento a las plantas para que crezcan y nos den sus nutrientes y sabidurías. Las plantas crecen buscando la luz del sol; así, los humanos debemos crecer buscando la luz de la sabiduría Inka y las leyes de Dios. Pues estas leyes, que no son comprendidas por la rebeldía y vanidad de los grandes eruditos, vuelven sabias a las personas sencillas. Y enderezan sus caminos y los libran de todo peligro.
Dios puso al Sol en el cielo como recuerdo de su propio resplandor, y de su aliento que nos da vida. Y nos mandó a ser agradecidos con el Sol, así como con la luna y las estrellas, con la tierra y con las aguas, con los peces y las aves, con las plantas y los animales de tierra, pues todos ellos nos dan vida. Los caminos de los seres vivos no van separados, pues dependemos los unos de los otros. Por eso, cada ser vivo merece nuestro respeto. Los Inka respetan toda forma de vida. Y no adoran al sol y a las montañas, al rayo y a las estrellas, sino que conversan con ellos. Los Inka del Cuzco hacían ofrendas al sol (le daban sus hojas de coca y otras cositas como agradecimiento), pero conocían un Dios superior a todo, Dueño del mundo (que en shipibo llamamos Nete Ibo). Ese Gran Espíritu, origen de la vida, es conocido en lengua quechua como Pachakamaq, que quiere decir el que da vida al universo, el que sopla su aliento en todos los seres vivos.   
Nosotros sabemos que algún día los Inka saldrán de su refugio, y se mostrarán al mundo con toda su riqueza y sabiduría. Entonces, ellos volverán a gobernar al pueblo e instruirlo en la obediencia a Dios y a los principios solares. Porque nuestro país anda ahora perdido, precedido por la crueldad y el hurto, y su gente confundida y violenta. Los gobernantes son corruptos, mentirosos, engañan al pueblo para su propio beneficio egoísta. No quieren que el pueblo se eduque de forma adecuada. Quieren que vivamos como animales. Los políticos son aliados de los empresarios extranjeros, y juntos se están robando toda nuestra riqueza y destruyendo la selva. Y los propios dirigentes de nuestro pueblo indígena, alejados de las plantas medicinales y de los principios vitales legados por los Meraya y los Inka, se corrompen, desprecian a su pueblo, venden nuestro territorio, y piensan solo en sus intereses egoístas. Los indígenas vivimos borrachos y peleando. Las esposas engañan a los esposos; los esposos golpean a las esposas; los hijos no respetan a sus padres. Somos como el pueblo que sufrió el diluvio. Pero la persona de sabiduría sabe leer los signos de su tiempo y se prepara para afrontar lo adverso.
Los indígenas somos despreciados en nuestro propio país, a pesar de que somos los antiguos dueños de este territorio que compartimos con generosidad con los demás pueblos que lo habitan. El Sapa Inka Manko Kapaq, padre primero de nuestros pueblos, no soporta tanta injusticia, tanto dolor de sus hijos. Nunca se vio en su tiempo crueldad semejante. Sabemos que los Inka ya estaban, no hace mucho, a punto de salir para gobernar al pueblo, pero algo los hizo retroceder y volver a esconderse. ¿Habrá sido que vieron mucha maldad en el corazón de las personas y que nadie escucharía sus leyes, ni siquiera los propios indígenas? ¿Habrán visto que nosotros mismos los indígenas andábamos atontados por el alcohol y sin atender los consejos de los antiguos? Pero, a pesar de la confusión imperante, aún existimos médicos que nos elevamos hasta los Inka y mantenemos vivo el vínculo con ellos. Nuestras plegarias se seguirán alzando, para que el justo gobierno Inka transforme nuestro mundo con justicia y piedad.