Los Inka que no mueren:
Hijos eternos
del padre Sol
Por Inin Niwe
&
Chono Bensho
Cuentan
que en la antigüedad, los sabios Inka
y los shipibos vivían muy cerca los unos de los otros. Y estos Inka transmitieron sus conocimientos y su
fuerza espiritual a nuestros antepasados. Así aprendimos a vivir como seres
humanos legítimos (joni kon). Y
gracias al conocimiento que ellos nos trasmitieron, surgieron entre nosotros
maestros espirituales de gran poder y conocimiento (Meraya), que sanaban enfermedades y luchaban contra la brujería y
la maldad. Los Inka buenos les
enseñaron a no ser mezquinos (yoashi),
sino a compartir estos conocimientos con los hombres y mujeres humildes. ¿Quiénes
fueron estos Inka de los que siempre
nos contaban nuestros abuelos? ¿Fueron solos los reyes de un imperio que duró
300 o 400 años, como dicen los historiadores y los intelectuales wiracochas? Nosotros creemos que no es
así, sino que eso dicen para desmerecer a nuestros antiguos y sabios
gobernantes. O por que no los entienden. Los intelectuales ven todo según su
propio punto de vista, limitado por la arrogancia de su ciencia. Y consideran que
nuestras historias son cuentos infantiles.
Para nosotros, los Inkas son hijos del Padre Sol (Papa
Bari), enviados a la tierra en tiempos muy antiguos para enseñar a los
hombres y mujeres a vivir de manera legítima, siguiendo los principios
luminosos que su Padre les transmitió por orden de Dios (Nete Ibo). Los gobernantes del Cuzco antiguo tomaron el nombre de Inka, que quiere decir señor de
sabiduría luminosa, hijo del sol, y lo pusieron a sus gobernantes y a las
familias sagradas, que en quechua se llaman panakakuna.
Esos gobernantes fueron los que los españoles encontraron y derrotaron. Esos
son los Inka históricos, de los que
hablan los profesores en la escuela. Estos reyes Inka eran llamados waqchaqkuyaq,
que en quechua quiere decir amante de los pobres, pues gobernaban con justicia
y compasión, beneficiando sobre todo a los huérfanos, a las viudas, a los viejos,
a los enfermos y a los desamparados. Enseñaban a los pueblos a ser laboriosos y
vivir en paz. Esto lo hacían siguiendo el ejemplo de los Inka primeros, cuyo líder fue Manko Kapaq, quien fue enviado a la
tierra en un tiempo indescifrable, cuando el mundo estaba formándose, para dar
a conocer los principios vitales que debían practicar los humanos.
Cuando nuestros abuelos nos hablaban de los Inka, entonces, no nos contaban solo de
los últimos gobernantes del Cuzco, sino que también lo hacían de los primeros
sabios enviados a la tierra. Ellos son eternos y los conocemos como Inka que no mueren, que en shipibo se
dice Inka keyoyosma. Estos Inka son los
Dueños (Ibo) del gran mundo (ani nete), del mundo hermoso (metsa nete), del mundo perfumado (inin nete) del que viene la fuerza de
nuestras plantas y la sabiduría que emana de nuestro territorio y de todas las
geografías del antiguo Tawantinsuyo. El conocimiento de esos Inka es el tesoro invalorable del pueblo
indígena, sabiduría que puede sanar la enfermedad de nuestro mundo. A pesar de
la derrota de los antiguos y del avance de los extranjeros, esos Inka y sus pueblos de hombres y mujeres
iniciados, persisten vivos. Ellos existen en una dimensión paralela a la
nuestra, y son aún guardianes y rectores de nuestro pueblo, irradiando su
sabiduría sobre quienes logren purificar sus corazones, aclarar su mente y
elevar su espíritu (kaya keyatay)
hasta las altas vibraciones medicinales.
Nuestros
ancestros contaban que antes de la llegada de los Inka, los shipibos no sabíamos hacer nada. Y vivíamos en miseria y
orfandad. No conocíamos el fuego, y por eso solo comíamos cosas crudas, como
los animales de monte. No sabíamos hacer chacras. No conocíamos muchas de las
plantas comestibles, como el dale-dale, la sachapapa, el camote, el maní, la
yuca y el maíz. Los antiguos shipibos tampoco tenían canoas para navegar los
ríos y los lagos; así que no podían visitarse unos a otros, como deben hacer
los parientes. Nada entendíamos sobre las buenas maneras de convivir los unos
con los otros, con respeto y colaboración mutua. Y, sobre todo, no teníamos los
conocimientos de la medicina; por eso éramos débiles y cualquier pueblo de
caníbales podía derrotarnos y alimentarse de nosotros. Fue gracias a las
enseñanzas de los Inka que fuimos
rescatados de nuestro sufrimiento.
Más allá de
lo que hayan podido comprobar los arqueólogos y los historiadores, nosotros
sabemos que desde muy antiguo los Inka y
los shipibos tenían relaciones. El Padre Sol mandó a sus hijos Inka a estas tierras para que vivamos
según sus leyes y no sujetos a las tinieblas de la ignorancia y los deseos
desordenados. Y los antiguos shipibos muy contentos recibieron a los Inka como legítimos hijos del Sol,
sabiendo que sus enseñanzas eran provechosas y nos daban libertad. Cuando
llegaron los Inka, los shipibos
hicieron una gran fiesta tradicional (ani
sheati). Para darles la bienvenida, los antiguos bailaron todos de la mano,
cantando canciones (masha) que los Inka no conocían, vestidos con trajes
que ellos jamás habían visto; y los Inka
regalaron a los shipibos vestimentas y adornos que nuestros ancestros
desconocían. Y así nos hicimos amigos y aprendimos de ellos grandes cosas, que
nos llevaron a ser un pueblo digno, obediente de las leyes, trabajador y de
gran conocimiento.
Como bien
sabemos, el río era la carretera de los antiguos. Y no solo las personas
navegaban por las aguas, sino que también viajaban sus costumbres, sus
pensamientos, sus conocimientos y sus espíritus. Por el río Ucayali llegaban a
nuestros antiguos los conocimientos Inka.
Y es que bajando de la ciudad de Cuzco (ciudad sagrada con forma de Puma), se
halla el valle del río Urubamba; en su trayecto descendente el río pasa a
llamarse Wilkanota. Wilka quiere
decir sagrado en quechua, y como tal tenían los antiguos Inka a ese río, que es uno de los principales afluentes del
Ucayali, cuyas aguas dan vida y sostienen al pueblo shipibo-konibo. Siguiendo
el curso de las aguas, de desplazaban también los grandes pensamientos (ani shina) de los Inka, que daban fuerza
y sabiduría a los antiguos, convirtiéndonos en un pueblo de médicos sagrados.
Pues los iniciados de pocas naciones en el mundo alcanzaron la alta vibración
espiritual de los antiguos Meraya. Y
aún hay algunos médicos actuales de nuestro pueblo (Onaya) que reciben esa sabiduría y fuerza. Los médicos que se
preparan siguiendo las costumbres de los antiguos heredan el poder que fue
transmitido a nuestros antepasados.
Nosotros sabemos que después de la conquista y de
las últimas guerras de resistencia, los Inka
que no quisieron rendirse buscaron refugio. Viendo los sabios Inka la codicia que mostraban los
extranjeros por el oro, como si tuvieran hambre de él y quisieran tragarlo, la
mayor parte de los tesoros fueron escondidos. Algunos los depositaron en los
lagos de las alturas andinas. Pero la mayoría los trajeron a la selva, que
debido al calor y a la frondosidad del bosque, resultaba aterradora e
inexpugnable para los extranjeros. Y no solo trajeron sus tesoros materiales,
sino también su riqueza espiritual. Pues el verdadero oro de los antiguos Inka fue su gran conocimiento. En este
mundo, todos sabemos que el oro brilla más que la plata; así mismo, el
resplandor del conocimiento divino es más duradero y puro que el de las
riquezas materiales, que corrompen y se pudren.
La persona con conocimiento espiritual puede
conocer el futuro, pues para el espíritu no existen las limitaciones del
tiempo. Los sabios y videntes antiguos tenían sus métodos para consultar sobre
los sucesos venideros y obtener un oráculo. Hacía mucho habían visto en sus
sueños y visiones la llegada de los ejércitos conquistadores, con sus
vestiduras de metal, sus balas que quemaban como el ají y tronaban como el
rayo, y sus caballos y perros. Aunque había algunos militares y gobernantes que
se negaban a creerlo, muchos de los médicos antiguos sabían que la caída del
Tawantinsuyo era inevitable. Por eso, ya antes del enfrentamiento entre los
hermanos Inka Waskar y Ataw Wallpa Inka, antes de la llegada de los barcos de Francisco
Pizarro, se habían refugiado en la selva (que era conocida como Antisuyo en lengua quechua) algunos de
los antiguos sabios y médicos de las otras regiones del Tawantinsuyo. Se
hundieron en el verdor vertical siguiendo el lugar por donde sale el Padre Sol
todas las mañanas. Sabían que la espesura de nuestro bosque los protegería y
así podrían preservar sus conocimientos para las generaciones futuras, a la
espera de tiempos más propicios.
Cuando el Inka Ataw Wallpa fue asesinado, y luego
también cayeron las tropas de Manko Inka que resistían en Wilkapampa, los curas
extirpadores empezaron a perseguir a los sabios. Pues los curas traían la Santa
Biblia junto con los arcabuces y espadas. Los llamaban endemoniados, hijos del
diablo, sacerdotes de Satanás. Y más y más de estos sabios fueron llegando a
nuestra tierra roja, que en lengua quechua se llama Puka Allpa y en shipibo se dice Mai
Joshin. Y todos los que llegaban lo hacían trayendo sus riquezas y su
ciencia. Y, aunque muchos no lo crean, hasta hoy siguen viviendo sus espíritus en
lugares secretos de la selva, custodiando sus tesoros e impartiendo sus
conocimientos a los que dietan las
plantas adecuadas.
Ellos se esconden para que nadie pueda
encontrarlos. Cuando las personas pasan por su territorio, se convierten en
piedra, y así nadie puede verlos, ni intuir siquiera que están vivos. Han
construido templos subterráneos. Algunos son muy profundos, llegando a hundirse
cinco pisos bajo tierra. O incluso más. Hay escaleras para bajar y por dentro
tienen paredes de piedra finamente talladas, como las de los muros antiguos que
hasta ahora pueden verse en Cuzco y Machu Pichu. En esos templos los Inka cuidan su oro; pero es un oro mucho
más fino que el que se extrae hoy en día de las minas y de los ríos. Brilla con
una intensidad enceguecedora.
Los espíritus Chaykonibo
y los Inka tienen relaciones fluidas;
siempre se visitan y se intercambian conocimientos. Los Inka regalan a los Chaykonibo
collares y otros adornos (que, por supuesto, no son meros adornos, sino
símbolos e instrumentos de poder espiritual). Y también los dietadores que logran la maestría
medicinal son recibidos por ellos con todo honor y amistad, y les regalan
piezas de oro. Ellos nos reciben porque somos indígenas y hemos tenido una relación
con los Inka desde antiguo. Es así
como estos Inka aun cumplen con la
misión que el Padre Sol les encomendará desde el principio, transmitiendo a los
médicos Onaya los conocimientos
necesarios para curar enfermedades, combatir las fuerzas negativas y vivir bien,
protegiendo y alimentado a sus familias. Gracias a ese poder espiritual el
pueblo shipibo no ha desaparecido; aunque hemos sido arrinconados, reducidos, y
sufrimos la expansión de la sociedad mestiza, seguimos siendo, hablando nuestra
lengua y viviendo con nuestros parientes. Y cada vez son más las personas de
otras regiones y países que buscan salud y respuestas en nuestra medicina. Los
médicos shipibos debemos enseñarles a respetar nuestras plantas y la vida
misma.
Pero no a cualquier shipibo de nuestros días van a
darle la bienvenida, porque los Inka saben
que ahora también hay shipibos mezquinos, burlones, irrespetuosos, corrompidos
y codiciosos. Y saben que incluso hay algunos shipibos que no creen en ellos. La
sociedad mestiza no deja de expandirse; sus ciudades crecen y crecen, afectando
a nuestro pueblo en todos los niveles. Debido a la influencia de los
misioneros, da desde tiempo de nuestros abuelos habían shipibos que
despreciaban nuestra herencia medicinal y solo querían saber las cosas de los
blancos. Por eso, a nuestro abuelo Ranin
Bima, que era el médico más sabio de su tiempo, sus paisanos le temían y le
decían brujo, aunque iban a él para
curarse. Los Inka conocen que muchos
de los que en la actualidad se hacen llamar médicos o maestros, son en verdad
personas de poco conocimiento, con mucha negatividad y sin la correcta
preparación, que dan de tomar ayawaska solo por negocio, sin saber curar con la
fuerza de los cantos medicinales. Los Inka,
como tienen habilidades y conocimientos extraordinarios, con solo ver a una persona
saben cuáles son sus pensamientos, cómo es su corazón, qué intenciones tiene. A
estos Inka no podemos engañarlos con
bellas palabras ni falsas místicas. Ellos saben lo que cada quien guarda en la
intimidad de su corazón.
Para llegar a los templos subterráneos de los Inka hay que tener poder, nuestro
espíritu debe ser capaz de desplazarse con libertad y, sobretodo, es necesario un
corazón puro. Las pruebas que han de pasarse son muchas y no son pocos los
peligros del camino. Y hay que haber rechazado la maldad del mundo y los
conocimientos del egoísmo. Pero al superar esas pruebas, se recibirán grandes
beneficios. Quien llega a visitar un templo Inka,
nunca se irá con las manos vacías, pues ellos practican la costumbre antigua de
atender con esmero a sus huéspedes y despedirlos con algún regalo. Nadie llega
a esos templos buscando algo para su provecho egoísta, porque los Inka no aceptan a los codiciosos; pero
les gusta ayudar a personas humildes que, a pesar de no tener mucho dinero ni
signo de riqueza externa, se sienten satisfechos con lo que tienen y no
experimentan urgente necesidad de nada más. Por el contrario, saben compartir
lo suyo y dar siempre una ayuda a los más necesitados. Una persona legítima
comparte lo que tiene. Y por ello son dignos de ser recibidos por los Inka.
Nuestros ancestros seguían las leyes Inka; practicaban la templanza y la
tranquilidad, la laboriosidad y la honestidad, la solidaridad y la prudencia. Así
era, por ejemplo, nuestra madre Isa Biri.
Ella siempre tenía un plato de comida y un vaso de masato para acercar a los
visitantes. Limpiaba su casa y tenía todo ordenado. Todo el día le gustaba
estar cultivando la tierra y se iba a acostar temprano, para despertar de
madrugada y recibir al día trabajando. No conocía lo que era el chisme y hablar
mal de los demás. A nosotros nos aconsejaba que vivamos bien, pensando en Dios
y alejándonos de los vicios, sin buscar problemas y haciendo el bien a los
demás. Nosotros guardamos sus palabras y ellas nos orientan en la vida. El
tesoro de una persona que piensa de manera correcta (jakon shinaya joni) es saber que lo más importante es vivir bien
con la familia y amarse los unos a los otros sin hacerse problemas, alegrar a
Dios con nuestras acciones y tener paz interior. Cuando una persona escucha el
consejo de los Inka, sabe cómo educar
a sus hijos y saca su familia adelante.
Cuando llegamos en espíritu a los templos Inka, vemos maravillas que cuestan creer
y son difíciles de explicar. El lenguaje humano no basta para dar cuenta de las
bellezas que llegamos a contemplar. Ellos nos muestran cómo se convierten en
piedras para que no ser agredidos o amenazados por los corazones impuros de los
conquistadores de nuestros días, gente improvisada e irrespetuosa que quiere
apropiarse de nuestra herencia medicinal. Y podemos hablar con los Inka, y conversando con ellos nos
transmitan sus grandes conocimientos. Los Inka
hablan en una lengua que no es quechua; al menos, no es el quechua que hablan
ahora en la sierra. Si una persona que conoce el shipibo se concentra bien,
puede entenderlos; pero no los comprenderá si anda pensando en otra cosa, sino
que tiene que estar bien concentrado. En su mundo, los Inka tienen sus grandes casas de piedra y sus palacios, algunos
cubiertos con oro. Ahí podemos verlos sentados, siempre tranquilos y
bondadosos, con sus coronas reales, con sus grandes aretes en forma del sol,
con sus brazaletes de oro, con sus varas doradas.
Hay templos en los que solo encontramos a las
doncellas elegidas para adorar a la luz con la que Dios dotó de vida al Padre
Sol. La madre principal de esas mujeres es Mama Oqllo, hija del sol brotada de
las espumas del lago Titikaka; esposa y hermana de Manko Kapaq, ella recibió la
orden de su padre el Sol de enseñar a las mujeres las virtudes y labores
femeninas. En el antiguo Tawantinsuyo, estos templos recibían el nombre quechua
de Aqlla Wasi, que quiere decir casa
de las escogidas. Se trata de mujeres vírgenes, de sangre Inka, dedicada al culto solar. Todas ellas son consideradas esposas
del Sol. Como tal, son tenidas por mujeres sagradas. Si humano alguno tratara
de tener relaciones sexuales con ellas, moriría; e incluso su descendencia
quedaría maldita. Pero no conocemos de nadie que haya tratado de ultrajar y
manchar a estas mujeres, puesto que a esos templos solo llegan personas que ya
han mejorado su vida y alineado sus pensamientos con los principios solares. Y
es que ese mundo Inka no está sujeto
a la tiranía desordenada del deseo, como entre los humanos; viven respetando a
todo ser y practicando el buen vivir.
Los médicos que llegan a ser recibidos en esos
templos pueden bañarse en unas fuentes que hay en ellos y ser agasajados por
esas mujeres espirituales, pero no osarán ir más allá. Con sus aguas perfumadas
y con grandes plumas blancas, las mujeres escogidas limpian el cuerpo, el
pensamiento y el espíritu de los iniciados que han transformado su vida y
dejado atrás sus transgresiones y rebeldías. La persona es así purificada de
todas las manchas que en ella quedaban a causa del pecado de su vida perdida. Hasta
sus ojos, su boca y sus genitales tienen que ser limpiados, para así convertirse
en una persona medicinal. La totalidad de su ser es medicina. Cuando llega a
esos templos una persona que ya se ha purificado y vive tratando de cumplir con
las leyes solares, solo se le lavan los pies, las manos y el rostro, para
limpiar las impurezas inevitables de la vida en la tierra. En esos mundos hay
unos ojos de agua, que en quechua se llaman pukio,
que son como espejos; quien llega bañarse en ellos, obtiene mucha sabiduría, y sale
transformado en un Inka, con la
vestimenta propia de estos sabios. Y, aunque su apariencia exterior siga siendo
austera y humilde, en el mundo espiritual es un Inka Rey; sus cantos medicinales tendrán la fuerza y el
conocimiento de los Inka. Esta fuerza
será puesta en beneficio de los pacientes que con ánimo de enmienda y sincero
corazón busquen la salud integra de su ser.
El principal oficio de estas mujeres sagradas,
además de purificar a los iniciados, es hilar y tejer ropa muy fina y de gran
poder. Estas prendas, consagradas al Sol, son en algunos casos donadas a los
médicos de más alta vibración espiritual. Darlas a una persona que no tuviese
el pensamiento poderoso y una pureza de corazón semejante a la de los Inka, sería un sacrilegio; por eso, algo
así jamás sucederá. Y como esos trajes no pueden adquirirse con dinero, solo se
consiguen viviendo en integridad y aprendiendo de las plantas. Muchos pueden
decir que han visitado estos templos, recibido regalos, y que son legítimos
herederos de los Inka, pero esto no
es verdad; podemos asegurar que solo pocos han gozado de este privilegio, y que
cada vez son menos. Los sacrificios voluntarios y esfuerzos conscientes que hay
que pasar para llegar a esa alta consagración son muchos y demandan una
vocación inquebrantable y valor. El aprendiz que desea llegar a estas alturas
afortunadas del espíritu, debe seguir los caminos iniciáticos legados por los
antiguos y recibir la guía de un maestro bien preparado.
Se equivocan los que dicen que los Inka creían que el Sol era Dios. Los Inka saben que el Sol está vivo (como
todo lo que vemos en este mundo y en los otros, que tiene vida, lenguaje e
inteligencia, solo que de una manera distinta a la nuestra; hay que oír y mirar
con el corazón y el espíritu para darse cuenta). Y, como nosotros los shipibos,
llaman Padre al Sol porque gracias a su luz y a su calor prospera la vida sobre
la tierra. Por eso también dicen que la tierra es una madre (tita en
shipibo), porque ella nos da con generosidad todo lo que necesitamos para vivir
y alimenta al resto de seres vivos también. Las llamadas Pacha Mama son mujeres Inka
que viven bajo la tierra insuflando su aliento a las plantas para que crezcan y
nos den sus nutrientes y sabidurías. Las plantas crecen buscando la luz del
sol; así, los humanos debemos crecer buscando la luz de la sabiduría Inka y las leyes de Dios. Pues estas
leyes, que no son comprendidas por la rebeldía y vanidad de los grandes
eruditos, vuelven sabias a las personas sencillas. Y enderezan sus caminos y
los libran de todo peligro.
Dios puso al Sol en el cielo como recuerdo de su
propio resplandor, y de su aliento que nos da vida. Y nos mandó a ser
agradecidos con el Sol, así como con la luna y las estrellas, con la tierra y
con las aguas, con los peces y las aves, con las plantas y los animales de
tierra, pues todos ellos nos dan vida. Los caminos de los seres vivos no van
separados, pues dependemos los unos de los otros. Por eso, cada ser vivo merece
nuestro respeto. Los Inka respetan toda
forma de vida. Y no adoran al sol y a las montañas, al rayo y a las estrellas,
sino que conversan con ellos. Los Inka
del Cuzco hacían ofrendas al sol (le daban sus hojas de coca y otras cositas
como agradecimiento), pero conocían un Dios superior a todo, Dueño del mundo (que
en shipibo llamamos Nete Ibo). Ese
Gran Espíritu, origen de la vida, es conocido en lengua quechua como Pachakamaq,
que quiere decir el que da vida al universo, el que sopla su aliento en todos
los seres vivos.
Nosotros sabemos que algún día los Inka saldrán de su refugio, y se
mostrarán al mundo con toda su riqueza y sabiduría. Entonces, ellos volverán a
gobernar al pueblo e instruirlo en la obediencia a Dios y a los principios
solares. Porque nuestro país anda ahora perdido, precedido por la crueldad y el
hurto, y su gente confundida y violenta. Los gobernantes son corruptos,
mentirosos, engañan al pueblo para su propio beneficio egoísta. No quieren que
el pueblo se eduque de forma adecuada. Quieren que vivamos como animales. Los políticos
son aliados de los empresarios extranjeros, y juntos se están robando toda
nuestra riqueza y destruyendo la selva. Y los propios dirigentes de nuestro
pueblo indígena, alejados de las plantas medicinales y de los principios
vitales legados por los Meraya y los Inka, se corrompen, desprecian a su
pueblo, venden nuestro territorio, y piensan solo en sus intereses egoístas.
Los indígenas vivimos borrachos y peleando. Las esposas engañan a los esposos;
los esposos golpean a las esposas; los hijos no respetan a sus padres. Somos
como el pueblo que sufrió el diluvio. Pero la persona de sabiduría sabe leer
los signos de su tiempo y se prepara para afrontar lo adverso.
Los indígenas somos despreciados en nuestro propio
país, a pesar de que somos los antiguos dueños de este territorio que compartimos
con generosidad con los demás pueblos que lo habitan. El Sapa Inka Manko Kapaq, padre primero de nuestros pueblos, no
soporta tanta injusticia, tanto dolor de sus hijos. Nunca se vio en su tiempo
crueldad semejante. Sabemos que los Inka
ya estaban, no hace mucho, a punto de salir para gobernar al pueblo, pero algo
los hizo retroceder y volver a esconderse. ¿Habrá sido que vieron mucha maldad
en el corazón de las personas y que nadie escucharía sus leyes, ni siquiera los
propios indígenas? ¿Habrán visto que nosotros mismos los indígenas andábamos
atontados por el alcohol y sin atender los consejos de los antiguos? Pero, a
pesar de la confusión imperante, aún existimos médicos que nos elevamos hasta
los Inka y mantenemos vivo el vínculo
con ellos. Nuestras plegarias se seguirán alzando, para que el justo gobierno Inka transforme nuestro mundo con
justicia y piedad.
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