La
voz del agua:
respetando el principio femenino
por Pedro Favaron
El agua hace posible la existencia sobre el
planeta, al igual que el aire, el sol, la tierra y el fuego. Nuestros destinos
no están separados de estos elementos. No podemos dejar de respirar o de beber
agua. Cuando inhalamos aire sano y bebemos agua limpia, cada una de nuestras
células nos lo agradece. En cambio, la contaminación envenena nuestro
organismo.
Por mucho tiempo, las ciencias occidentales
han hecho la distinción entre cultura y naturaleza. Pero lo cierto es que los
humanos somos naturaleza; destruir la naturaleza es destruirnos a nosotros
mismos, un acto de incultura desmesurada. No somos seres independientes del
resto de la creación. Garantizar el vigor y la salud de lo que nos sustenta y
procurar conservarlo para las siguientes generaciones, es nuestra
responsabilidad.
El agua es símbolo de amor incondicional.
Da de sí misma sin hacer distinciones. De un mismo río puede beber el santo y
el criminal. El agua, además, es flexible, se adapta y cambia. Cuando el río,
en su curso, encuentra un terreno duro, no persiste en él; busca las zonas
bajas del valle y forma un meandro, para seguir sin oposición su camino hacia
el océano. No lucha ni se impone, pero cumple su propósito.
El agua no deja de transformarse. Cuando se
evapora, asciende al cielo y se condensa en nubes. El frío del invierno la
cristaliza en nieve y hielo; en la primavera, el hielo se derrite y surgen los
arroyos. La naturaleza del agua es doble: en forma de lluvia o río, riega la
tierra y la preña, por lo que es fuerza masculina; al acoger en su seno la vida
de los peces y de otros organismo, el agua es femenina. Siendo femenino y
masculino, el agua trasciende la dualidad.
Cuando somos aún un feto en el vientre
materno, las aguas uterinas nos brindan un abrazo cálido y protector. La vida tuvo
su origen en el agua. Nuestro cuerpo, que percibimos sólido, es en gran medida
líquido. Los pueblos que han sabido observar a la naturaleza para crecer en su
espiritualidad, han obtenido lecciones vitales del agua.
Floyd “Red Crow” Westerman, un indígena de la
nación Lakota, de los Estados Unidos, solía decir: “Cuando los europeos
llegaron a nuestro territorio, podíamos beber de todos los ríos. Si los
europeos hubieran aprendido a vivir de la manera indígena, todavía podríamos
hacerlo. El agua es sagrada para nosotros”. El pensamiento moderno no sabe
respetar la existencia del resto de seres vivos. Percibe el agua como un mero
recursos para sus fines. Los sabios indígenas, en cambio, hablaban con el agua,
la escuchaban con respeto y le agradecían.
Según las naciones indígenas de Norte
América, el agua y la tierra tienen especial relación con las mujeres. ¿Es casualidad
que una civilización que no ha sabido respetar a la mujer, que la ha dominado y
acallado durante siglos, tampoco ha sabido cuidar del agua y de la tierra? La
civilización ha querido someter la totalidad de la creación a sus fines
egoístas, caprichosos, angurrientos. ¿Hemos llevado esta insolencia inmadura a
un punto sin retorno? Es necesario realizar cambios hondos en nuestros
comportamientos.
Ha llegado el momento de volver a respetar
y escuchar con atención la voz femenina. Pero, como una maestra indígena de
Norteamérica me aseguró, primero las mismas mujeres deben re-aprender a
escuchar su propia voz. En todos los ámbitos de la vida, hombres y mujeres
deben complementarse y respetar sus diferencias. Los hombres tienen una
responsabilidad hacia las mujeres; hay que saber cuidarlas y tratarlas de forma
adecuada, hay que acompañarlas en su gestación y compartir la educación
afectuosa de los hijos.
No hay mujer más ligada a la naturaleza que
la indígena. El color de su piel es el del barro fecundo y su tersura, la de la
tierra cocida a fuego, con la perfección de la cerámica pulida. La forma de sus
senos expresan el amor infinito de la tierra nutriente. Son cántaros de los que
fluye vida. Sus dientes son semejantes a los de las mazorcas. Sus pómulos y
ojos rasgados nos hablan silenciosos sobre los tiempos primeros, y todo lo que
hemos abandonado por perseguir la ilusión de un progreso que nos aleja de
nosotros mismos. Sus caderas aún conservan la fuerza para poder parir solas,
para dar vida por cuenta propia.
El canto de la mujer indígena es semejante
al de las aves silvestres, a veces alegre, danzante, juguetón y de altura; y
otras, de una tristeza insostenible. No hay mayor tristeza para la mujer indígena
que no vivir junto a sus hijos y separarse de su marido. La mujer indígena
apegada a sus tradiciones se realiza en el servicio y la hospitalidad, en el
compartir generoso, en el parto y la crianza, en la creación y el cuidado de
los vínculos de afecto. La ternura vegetal de su risa y la profundidad de sus
lágrimas son la expresión más cabal de una humanidad aún enraizada al drama
cósmico de nacer y morir, de morir y renovarse. La vida telúrica, sin matices,
sin artificios, desnuda.
La sociedad occidental, sin embargo, no ha
sabido encontrar belleza en las mujeres indígenas. Los conquistadores españoles
las violaron y los ingleses las mataron. El pensamiento moderno no puede ver la
belleza de la mujer indígena porque no sabe amar a la tierra y agradecer el
sustento que nos brinda. No hay mujer más despreciada por los grupos dominantes
que la indígena. Pero tampoco la hay más fuerte, más humilde y protectora; ni
nadie como ella puede inculcar a los hijos superior respeto hacia toda forma de
vida. Una sociedad que no ama el principio femenino camina hacia su
destrucción.
Las mujeres eran respetadas por las
antiguas naciones de Norte América. Algunos sabios aseguran que la fuerza que
tiene la mujer para dar vida es mucho más poderosa que la capacidad del hombre
para asesinar. Los Mohawk, por ejemplo, son un pueblo conocido, desde antiguo,
por ser bravos guerreros. Sin embargo, el Consejo principal de los Mohawk está
formado por mujeres ancianas, quienes toman las decisiones finales sobre las
acciones que llevará a cabo la comunidad. Ellas tienen la última palabra.
Josephine Mandamin es una anciana de la
nación Ojibway. Ella organizó una caminata femenina alrededor de los cinco
grandes lagos, en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Afirma que los
lagos son “poderosos y puros. Tienen todo lo que necesitamos para sobrevivir.
Tenemos la responsabilidad de cuidarlos para las siguientes generaciones”. En
el camino encontraron restos arqueológicos dejados por sus ancestros. Esto fue
para las mujeres signo innegable de que sus antepasados habían andado esos
mismos caminos; y que dejaron un mensaje para que en el futuro sus
descendientes protegieran el agua. Dice Mandamin que “así también pensamos
nosotros en las generaciones que vendrán. Y esas generaciones sabrán que
hubieron abuelas caminando alrededor de esos lagos, conversando con sus
espíritus”.
. Las aguas del mundo se están volviendo
cada vez más ácidas, haciéndolas entornos menos propicios para la vida. La
pesca industrial pone en riesgo la continuidad de muchas especies. La nieve de
las montañas está retrocediendo, preocupando tanto a los científicos como a los
agricultores. Si la nieve desaparece, ¿de qué fuentes se alimentarán los ríos?
Y si los ríos se secan, no habrá cómo nutrir la vida de los vegetales, de los
animales y de los humanos. Además, como los mismos suelos que filtran el agua
están contaminados, incluso los manantiales y las aguas subterráneas se
envenenan. Y debido a que el aire también está corrompido, el agua de lluvia se
contamina.
Muchos pueblos indígenas de Norteamérica
consideran que las mujeres son guardianes del agua. Mandamin afirma: “realmente
debemos pensar, y especialmente nosotras las mujeres, en el significado de los
lagos, de las lluvias y de los ríos. El agua da vida y debemos honrarla igual
que a la madre tierra, porque ella cuida de nosotros. Porque el agua realmente
está sufriendo por nosotros, que somos sus hijos. Por eso nosotros creemos que
debemos luchar por la tierra y el agua, pues dan su vida por nosotros… Yo le
rezo al agua y a la tierra para que me enseñen qué puedo hacer para cuidarlas.
Podemos hablar con el agua porque ella está viva. Muchas mujeres no saben cómo
honrar el agua, cómo hablarle y respetarla, dar gracias por tenerla. Para las
mujeres, honrar el agua es cuidarse a ellas mismas, respetarse a sí mismas”.
Muchas personas suelen experimentar una
gran dificultad para escuchar su ser interior. El vértigo urbano y los
constantes afanes distancian al ser humano de su propia interioridad. Conviene
volver a la sabiduría sencilla y clara de los antiguos, y ponerla en práctica.
La tierra americana ha compartido sus riquezas materiales con el mundo, pero
pocos han escuchado a sus antiguos pobladores. Ahora, cuando la crisis de la
modernidad es evidente, tenemos la oportunidad de oír los conocimientos
ancestrales para curar nuestra falta de respeto a la existencia.
Los primeros colonos que llegaron a Norte
América no entendían el territorio que tenían frente suyo. Los indígenas les
enseñaron qué plantas y animales eran buenos para ser comidos y cuáles
vegetales eran venenosos. Los alimentaron cuando morían de hambre. Les
enseñaron como sobrevivir al invierno y sus crudezas. Desde entonces,
recordando que los indígenas compartieron sus alimentos, se celebra una de las
festividades más importantes de Norte América: el día de acción de gracias. Sin
embargo, los gobiernos del continente han hecho todo lo posible para destruir a
estos pueblos y erradicar sus conocimientos.
Una vez escuché decir a una mujer indígena
de Estados Unidos: “Todos los días debemos dar gracias a la tierra, a las aves,
a los animales, al agua, al sol, a los espíritus, al Creador, por habernos dado
la vida. Debemos rezar y tener buenos pensamientos. Cuando se consigue la
comida, cuando se la prepara, cuando se la sirve, cuando se la come, hay que
sentir ese agradecimiento”. La vida es un hecho milagroso; y la tierra es un
planeta hermoso. Pero este milagro de la existencia es también algo frágil,
precario, que debemos cuidar con sabiduría y generosidad, con agradecimiento y
alegría.
Se que parece increible... tal vez lo es. Somos naturaleza y como cada planta, cada uno de nosotros florece en el momento indicado. Me encanta ver la tuya, un viento perfumado donde vuela una golondrina a tu lado.
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