Nuestros Abuelos
Por Inin Niwe
A mi abuelo
Francisco Agustín
y a la
comunidad nativa de Santa Clara.
Sobre esta
tierra roja
nuestros
abuelos respiraron
la fuerza
del aliento
que levanta
el vuelo del águila
y da vida a
los jaguares.
Se
despertaban de madrugada
y en
silencio caminaban
por los
caminos alejados
para traer
la pesca diaria
o cultivar
con esmero la chacra.
Sus
pensamientos infinitos
aún viven
escondidos
en la
corteza de los árboles
y en el
sabor amargo
de la liana
inagotable.
Se retiraban
a las quebradas
y
conversaban con el bosque;
bañándose
con plantas perfumadas
y
sometiéndose a rústicas abstinencias
llegaban a
ser insuperables.
Sabían
nombrar cada planta
y con la
ternura del canto
convocaban a
sus Dueños;
y los
espíritus derramaban palabras
que curaban
las tristezas.
Se hundían
sin mojarse
en los lagos
y los ríos
y en el
fondo de las aguas,
navegando
sobre una boa,
sus
conocimientos se acrecentaban.
El picaflor
les donó su vuelo
suspendido
en el centro del cielo,
y hasta el
sol se elevaban
para obtener
la corona
de los Inkas
inmortales.
¿En qué
pueblo viven ahora
desde que se
marcharon?
Nuestra
mirada no los alcanza.
¿Se acuerdan
de nosotros
y lloran por
nuestra pobreza?
En sueños
podemos verlos
con ropas
bien diseñadas,
cuidando a
sus garzas
y viajando
en canoas
por
territorios desconocidos.
Escuchamos
su palabra antigua
como las
montañas y las piedras
naciendo
otra vez nueva
con el
consejo necesario
para
guiarnos en buena senda.
Ellos
desconocen la envidia,
no discuten
ni pelean;
unidos en un
solo pensamiento
en el
corazón de Dios
son hermanos
de las estrellas.
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